El rollo del primer amor.
El rollo de la prepotencia.
Y no empecéis a llevarme la
contraria porque, sí, van de la mano.
Algunos ya me conocíais de antes.
Otros llegaréis a creer que me conocéis en algún momento de ahora en adelante y
otros, los más, seguramente ni seáis capaces de entender la mitad de lo que
escriba (tranquilos, que soy yo la complicada y no vosotros los simples... o
eso espero). En cualquier caso, y para hacerlo algo más fácil, os diré que de
entrada no me suele caer bien la gente que, con el paso del tiempo y las
vivencias, o con el devenir de los hechos y el acumular experiencias, se olvida
del primer amor.
A mí, que soy de las que lo
abanderan y lo defienden de forma acérrima, no me cabe en la cabeza que alguien
pueda distanciarse de él, relegarlo a un segundo plano o incluso obviarlo y apartarlo
de su día a día. De hecho, creo que a proteger al primer amor se debería estar obligado
por ley, a pesar de lo que cuesta en ocasiones, sobre todo cuando el resto de
(des)amores se empeñen en echarlo a patadas.
Yo no sé cómo viviría si mi
primer amor no fuera el eje principal de todo lo que soy... Bueno, sí lo sé, y
me asquea. Porque cuando la esencia del primer amor no rige nuestros actos y
palabras, nos volvemos gilipollas y nos merecemos todo el sufrimiento que,
inevitable y evidentemente, llega después.
Imagino, que si yo hubiera
olvidado al mío, estaría retozando con el primer baboso que me hubiera cruzado,
se habrían aprovechado de mí en más de una docena de ocasiones y, con toda
seguridad, me hubiera roto en pedazos mil veces, intentando entender las idas y
venidas de un falso Peter Pan, con más contradicciones que músculos, y más inseguridades
que neuronas.
Imagino, como decía, que si yo hubiera
olvidado mi primer amor, me habría vuelto emocionalmente inestable, carecería
de personalidad y recurriría a menudo a trueques del tipo “te dejo meter tu
mano en mis bragas sólo si me prometes que soy la única”. Pero lo peor, sin
duda alguna, es que me arrastraría por un puñado de cariño, me reconocería en
las opiniones ajenas, y viviría en constante necesidad de reafirmación.
Y es que, se mire como se mire,
solo el primer amor nos hace respetables… Y solo la lucha por mantenerlo vivo
más allá del transcurrir del tiempo, merecedores de ese respeto. Por eso, si algo
tengo meridianamente claro, es que la clave del éxito radica en eso, en elevar a
su máxima expresión el primer amor...
… que es el propio.